Para él ya podía llegar mañana el fin del mundo que le daba igual. El fin de su mundo había acaecido esta mañana, a eso de las 11, tal vez un poco más tarde, a las 11, 05, el tiempo justo de bajar las escaleras, juntarse con los amigos y poco más.
Sí, a las 11.05 de aquel 14 de enero todo dejó de tener importancia para Pedro, ni sus amigos, ni su familia, ni los juguetes que le esperaban como cada día en casa. Ya no le importaba la sonrisa de Susana. Susana era la compañera del pupitre de enfrente desde que Don Paco tuvo la feliz, y discutida idea, de colocar la clase en círculo, de tal forma que todos se vieran las caras. Pero desde aquel día, 14 de enero, a aquella hora las 11.05, la congoja que oprimía su pecho le impedía pensar en nada. Solo quería llorar, y aunque en esos momentos su orgullo se lo impedía, si no hubiese estado con sus amigos lo habría hecho. Si hubiese podido habría volado como en los sueños que tenía y se habría marchado lejos. O, tal vez se habría vengado.
Si, se habría vengado de ese maldito Jorge que aquel 14 de enero, a las 11.05, poco después de salir al recreo, le había roto, mejor dicho le había hecho añicos, trocitos pequeños, irrecuperables, aquel cromo casi único de René Higuita.

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